Nos hemos mudado a http://elbauldebego.blogspot.com/.
¡Os espero por allí!
Sopa de letras para intolerantes
Este blog pretende ser una ayuda para aquellos a los que la Naturaleza nos ha hecho sensibles a ciertos alimentos. La intolerancia a ellos hace que muchas veces elaborar el menú semanal sea toda una odisea...incluso pensar en lo que vamos a comer mañana. Desde aquí os propongo algunas ideas, platos simples y rápidos (no todos, alguna vez hay que lucirse)para el día a día. Bon appétit!!
jueves, 19 de enero de 2012
martes, 25 de octubre de 2011
Milhojas milespecias
Este plato es perfecto si os gusta la cocina muy especiada, tipo árabe o hindú. Vamos allá:
Ingredientes para dos personas:
Una berejena grande o dos medianas
Medio kilo de carne picada de ternera
Una cebolla
Aceite de oliva
Especias: canela, nuez moscada en polvo, pimienta negra molida, pimentón dulce, comino en polvo.
Piñones
Sal
Queso tipo avarti para gratinar (los afortunados no intolerantes a la lactosa)
Receta:
No es necesario pero yo pelo las berenjenas para evitar las pieles al comer. Una vez peladas, las cortamos en rodajas de un centímetro de grosor aproximadamente y las colocamos en la bandeja del horno. Salpimentamos y regamos con un chorrito de aceite de oliva. Horneamos a 180º durante unos 20 minutos (como siempre, es orientativo, depende del horno). Cuando estén listas, las sacamos y reservamos.
En una cacerola calentamos aceite de oliva (que cubra el fondo únicamente) y pochamos la cebolla picada en cuadraditos pequeños. Cuando esté transparente, añadimos la carne salpimentada. Rehogamos durante unos minutos y añadimos las especias. Para evitar saturarnos de ellas, sólo pondremos la punta de un cuchillo de cada una de ellas pero como siempre, al gusto. Rehogamos de nuevo y por último añadimos los piñones. Dejamos que se haga durante unos minutos y retiramos.
En un plato ponemos en el centro una loncha de queso tipo avarti y la tapamos con la primera capa de berenjena. Añadimos la carne y volvemos a colocar otra capa de berenjena. De nuevo capa de carne y terminamos con la última capa de berenjena. Por último ponemos una loncha de queso tipo avarti y horneamos hasta que se funda. Podemos decorar con un poco de perejil picado por encima. Llena bastante y tiene pocas calorías así que perfecto!
Ingredientes para dos personas:
Una berejena grande o dos medianas
Medio kilo de carne picada de ternera
Una cebolla
Aceite de oliva
Especias: canela, nuez moscada en polvo, pimienta negra molida, pimentón dulce, comino en polvo.
Piñones
Sal
Queso tipo avarti para gratinar (los afortunados no intolerantes a la lactosa)
Receta:
No es necesario pero yo pelo las berenjenas para evitar las pieles al comer. Una vez peladas, las cortamos en rodajas de un centímetro de grosor aproximadamente y las colocamos en la bandeja del horno. Salpimentamos y regamos con un chorrito de aceite de oliva. Horneamos a 180º durante unos 20 minutos (como siempre, es orientativo, depende del horno). Cuando estén listas, las sacamos y reservamos.
En una cacerola calentamos aceite de oliva (que cubra el fondo únicamente) y pochamos la cebolla picada en cuadraditos pequeños. Cuando esté transparente, añadimos la carne salpimentada. Rehogamos durante unos minutos y añadimos las especias. Para evitar saturarnos de ellas, sólo pondremos la punta de un cuchillo de cada una de ellas pero como siempre, al gusto. Rehogamos de nuevo y por último añadimos los piñones. Dejamos que se haga durante unos minutos y retiramos.
En un plato ponemos en el centro una loncha de queso tipo avarti y la tapamos con la primera capa de berenjena. Añadimos la carne y volvemos a colocar otra capa de berenjena. De nuevo capa de carne y terminamos con la última capa de berenjena. Por último ponemos una loncha de queso tipo avarti y horneamos hasta que se funda. Podemos decorar con un poco de perejil picado por encima. Llena bastante y tiene pocas calorías así que perfecto!
lunes, 24 de octubre de 2011
Volver
Siempre he pensado que para despedirse, hay que tener arte. Decir adiós en medio de un grupo de veinte personas no es fácil, sobre todo si son las cinco de la mañana y la ingesta de copas ha dado lugar a la fase de “exaltación de la amistad” y todos quieren invitarte a la última para que no te vayas (¿no podrían haberlo dicho a las doce de la noche y así me hubiese ahorrado los cincuenta euros que me he bebido?). Supongo que en este caso lo mejor es decir que vas al baño y desaparecer sin dejar rastro, rápida y sutilmente, tapándote la cara con el embozo de la capa y creyéndote la esposa de El Zorro para saltar a lomos de un caballo y huir a tu camita de edredones blancos y esponjosos donde llevas queriendo estar desde las tres y cuarto.
Para despedirse de un trabajo la cosa cambia, no queda bonito eso de despedirse "a la francesa”. En estos casos lo mejor es llevar una bandeja de preciosos cup cakes con buttercream de chocolate blanco y unas lágrimas dispuestas a salir en el momento preciso de la despedida. “En realidad me cuesta tanto irme de aquí, decir adiós a la que ha sido mi casa durante cinco años, a mis compañeros, que digo compañeros? Amigos!...me cuesta tanto, que de no ser por los diez mil eurazos de más que me van a pagar al año en un trabajo que me coge a cinco minutos de casa y donde tengo todas las tardes libres, pues no me iría, vamos!” Lagrimita fuera yyyyyyyy...corten!
También están las despedidas sinceras, las que salen de verdad cuando, por circunstancias de la vida o del amor, vas a vivir a otra ciudad y tienes que separarte de todo lo que te rodea, de esas personas que te complementan, que van enriqueciendo tu vida, de esa gente a la que de verdad, quieres. Hablo de familia y hablo de amigos, de lugares. Hablo de lo que va siendo una vida en construcción. En este caso no hay que despedirse, tan sólo hay que darse la nueva dirección y comprar un sofá cama cómodo, un calendario para ir anotando las visitas y listo.
Y si creo que para despedirse hay que tener cierto “arte”, también creo que hay que tenerlo para volver. Una mudanza, un predictor positivo y un adsl que nunca llegaba, me han mantenido alejada de mi querido y anciano ordenador. Pero de nuevo irrumpo en la esfera de los blogs (blogosfera?) cual José Coronado en la del cine después del atracón de yogurt. Voy calentando horno, sartenes y neuronas. ¡Bienvenida!
miércoles, 27 de julio de 2011
Verano en la Toscana (2)
Reconozco que tengo algún que otro defecto pero confieso que como amiga, no tengo precio. Por ver feliz a mi querida Claudia, cogí mi tarjeta de crédito y el bolso más grande que tengo y me fui a comprar las cuatro cositas básicas que necesitaba para acompañarla a ver a su amado Mario. Lo que sea por una amiga.
Cuando escuché a la azafata indicándonos que llegábamos al aeropuerto de Pisa, tuve que taparme la boca con las dos manos para no chillar de la emoción. Estaba allí, por fin, dispuesta a respirar aire puro, a comer las delicias de la dieta mediterránea sin colorantes ni conservantes, a beber vino casi de la misma vid. Y por supuesto, a conocer al motivo de los desvelos de Claudia.
-"Cariño, ya verás, esto va a ser como una segunda luna de miel"- le dije al oído a mi querido roncador. Él no contestó pero yo sabía que entre sueños, nos veía retozar por la hierba toscana, a cámara lenta y riendo sin parar. Nosotros somos así, como sacados de un anuncio de suavizante.
Y al fin llegó la hora, el ansiado momento del reencuentro entre los amantes, del beso deseado durante tanto tiempo. Mario esperaba a su Afrodita arrugando entre sus manos un panfleto publicitario. Era moreno, de rizos traviesos y sonrisa perfecta. Caminó despacio hacia ella, como queriendo hacer eterno el mágico momento de volver a tocarla al fin. Se paró delante de Claudia justo bajo un foco de luz. Yo esperaba que de un momento a otro saliera el cuarteto de cuerda y que unos querubines alados los envolvieran con una seda blanca mientras ascendían por el cielo en una concha de viera pero tuve que conformarme con un abrazo normalito y un beso, ese sí, de película.
Desde Livorno tomamos un ferry hasta la isla de Elba en lo que fue un trayecto tremendamente aburrido para mí. Los enamorados no paraban de demostrarse todo lo que se habían echado de menos y mi querido apenas podía hablar conteniendo la respiración para meter barriga. Al parecer, los hombres también se comparan. Después de doscientos ti amo y trescientos amore mio, arribamos a aquella preciosa isla. Era el paraiso: aguas cristalinas, arenas blancas...y un camarero para nosotros solos que se encargaba de traer y llevar copas de vino y suculentos aperitivos a nuestras tumbonas.
-"Bueno nena, qué te parece?"- me preguntó Claudia aprovechando que Mario (por fin) había tenido que ir al baño. Apenas me dejó contestar, estaba tan feliz que no podía parar de contarme todo lo que él le había estado diciendo. Al mirarla, no pude evitar contagiarme de esa luz que desprendemos cuando nos enamoramos, cuando todo se reduce a la otra persona, cuando nada más despertar, notas en el estómago un centenar de mariposas revoloteando en él. Me senté delante de mi querido y le besé suavemente en los labios. -"Vámonos Fellini, a bañarnos en la Fontana de Trevi". Él me miró extrañado, me quitó la copa de vino de las manos y me contestó: -"Pero cariño, eso está en Roma..." Es curioso como a veces, ni el hombre más inteligente de la tierra, puede leer entre las lineas que traza una mujer.
De aquella semana toscana me volví con cuatro botellas de vino (casi lo único que comí, estos italianos le echan queso hasta al café), un marido mirando gimnasios cerca de casa y un montón de mariposas poniendo huevos en mi estómago. A veces recordar los inicios del enamoramiento reflejados en otras personas, hacen reavivar la chispa en un amor estable, casado y con hipoteca. Claudia volvió con una lágrima asomada a su ojo durante todo el trayecto, era bastante favorecedora aunque seguramente incómoda. No habló en todo el viaje salvo para darme las gracias por haberla acompañado. De nada querida, lo que sea por una amiga.
-"Cariño, ya verás, esto va a ser como una segunda luna de miel"- le dije al oído a mi querido roncador. Él no contestó pero yo sabía que entre sueños, nos veía retozar por la hierba toscana, a cámara lenta y riendo sin parar. Nosotros somos así, como sacados de un anuncio de suavizante.
Y al fin llegó la hora, el ansiado momento del reencuentro entre los amantes, del beso deseado durante tanto tiempo. Mario esperaba a su Afrodita arrugando entre sus manos un panfleto publicitario. Era moreno, de rizos traviesos y sonrisa perfecta. Caminó despacio hacia ella, como queriendo hacer eterno el mágico momento de volver a tocarla al fin. Se paró delante de Claudia justo bajo un foco de luz. Yo esperaba que de un momento a otro saliera el cuarteto de cuerda y que unos querubines alados los envolvieran con una seda blanca mientras ascendían por el cielo en una concha de viera pero tuve que conformarme con un abrazo normalito y un beso, ese sí, de película.
Desde Livorno tomamos un ferry hasta la isla de Elba en lo que fue un trayecto tremendamente aburrido para mí. Los enamorados no paraban de demostrarse todo lo que se habían echado de menos y mi querido apenas podía hablar conteniendo la respiración para meter barriga. Al parecer, los hombres también se comparan. Después de doscientos ti amo y trescientos amore mio, arribamos a aquella preciosa isla. Era el paraiso: aguas cristalinas, arenas blancas...y un camarero para nosotros solos que se encargaba de traer y llevar copas de vino y suculentos aperitivos a nuestras tumbonas.
-"Bueno nena, qué te parece?"- me preguntó Claudia aprovechando que Mario (por fin) había tenido que ir al baño. Apenas me dejó contestar, estaba tan feliz que no podía parar de contarme todo lo que él le había estado diciendo. Al mirarla, no pude evitar contagiarme de esa luz que desprendemos cuando nos enamoramos, cuando todo se reduce a la otra persona, cuando nada más despertar, notas en el estómago un centenar de mariposas revoloteando en él. Me senté delante de mi querido y le besé suavemente en los labios. -"Vámonos Fellini, a bañarnos en la Fontana de Trevi". Él me miró extrañado, me quitó la copa de vino de las manos y me contestó: -"Pero cariño, eso está en Roma..." Es curioso como a veces, ni el hombre más inteligente de la tierra, puede leer entre las lineas que traza una mujer.
De aquella semana toscana me volví con cuatro botellas de vino (casi lo único que comí, estos italianos le echan queso hasta al café), un marido mirando gimnasios cerca de casa y un montón de mariposas poniendo huevos en mi estómago. A veces recordar los inicios del enamoramiento reflejados en otras personas, hacen reavivar la chispa en un amor estable, casado y con hipoteca. Claudia volvió con una lágrima asomada a su ojo durante todo el trayecto, era bastante favorecedora aunque seguramente incómoda. No habló en todo el viaje salvo para darme las gracias por haberla acompañado. De nada querida, lo que sea por una amiga.
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