Aquella mañana me levanté resuelta a contárselo a mis amigas. No lo había hecho antes porque quería quitarle importancia y porque además, no me gusta ser el centro de atención a menos que haya ido a la peluquería antes. De modo que las llamé una a una y las cité en la nueva y preciosa cafetería de Cup-cakes que han abierto en el centro. Igual les daba la pista si no me veían devorar uno de esos preciosos pastelitos y no tenía que dar tantas explicaciones.
A la hora fijada empezaron a llegar. Yo las esperaba sentada en una de aquellas diminutas mesitas con mi pelo recién arreglado y una sonrisa de oreja a oreja. Pus, pus...muchos besos y abrazos, unos cafés y una bandeja de pasteles azules en el centro de la mesa (más bien la ocupaba entera) después, aclaro mi garganta y con gesto serio les digo que las he reunido para contarles algo. Todas me miran de arriba a abajo y casualmente paran en mi barriga De pronto estallan en un agudo y perfecto chillido común: "estás embarazada-aaaaa-aaaaa-aaaaa!!!!". Aplauden, ríen e incluso veo alguna lagrimilla de emoción haciendo bulto en el momento. Toda la cafetería nos mira y yo asiento para no decepcionar al auditorio, seguro que la magdalena les sienta mucho mejor. Con un rojo chillón en mis mejillas, me siento de nuevo y las hago reunirse cabeza con cabeza, igualito que en el campamento cuando el monitor nos daba las instrucciones para machacar al equipo contrario. "No es un embarazo, si hace dos días que salí de la cuarentena!!. Lo que quiero deciros es sólo que soy intolerante!". Se hace el silencio, cada una busca la cara de la de al lado para ver como van las reacciones. Una pelota de ramajos pasa rodando por entre nosotras hasta que al fin Pilar, la amiga rubia rompe el hielo: "Ahhh, intolerante. Pues muy bien nena. Hombre, yo no lo hubiera dicho porque pensaba que para eso tienes que llevar el pelo rapado y una esvástica en el brazo pero ya sabes que yo te quiero como eres, aunque déjame que te recomiende a mi psiquiatra, seguro que te puede ayudar, es una fenómena". Ahora ya sí, ahora soy yo la que estalla en una enorme y sonora carcajada. Ellas me miran y me sonríen sin saber bien que decir. Cuando pude parar, siete minutos después, me encontré más relajada que nunca y con la piel milagrosamente estirada. Les conté, me escucharon, preguntaron y se terminó. Aquella fue mi salida del armario y he de decir que desde entonces soy un poquito más feliz, por lo menos cuando quedamos para tomar las cañas y ni una sola se pide una tapa de jamón para acompañar. Con lo de los cup-cakes tuve menos suerte, no quedó ni uno. Brujas...
De un modo u otro tod@s somos especiales por algo. La aceptación externa comienza por la propia... y esa siempre es la que más cuesta. Me encanta tu blog, guapi!
ResponderEliminarTienes toda la razón. A veces, no hay peor juez que uno mismo!. Gracias guapa, no sabes como agradezco tu comentario...
ResponderEliminarJa ja ja, y mira que yo con esvástica te veo... Je je
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