viernes, 24 de junio de 2011

Dominguera

Voy a hacerme dominguera. Lo decidí en mi última jornada playera, cuando comprobé que mi antigua rutina marítima  no le venía bien a mi nueva condición de intolerante.
Solía bajar a la arena envuelta en un larguísimo pareo blanco, con las gafas de sol protegiéndome de los rayos diurnos y que además me permitían echar una disimulada ojeada  a los michelines, bikinis y pectorales embadurnados de aceite ajenos. Para ver el ambiente en resumidas cuentas, pertrechada tras mis lentes de Armani.
Despacio, sujetando con mi natural elegancia la cesta de mimbres dorados por cuya esquina sobresalían por casualidad mis carísimas cremas solares, descendía por la escalinata del paseo sintiéndome la Grace Kelly de La Antilla. Caminaba por la arena esquivando pelotas y palas sin despeinarme lo más mínimo, incluso me permitía regalarle una sonrisa al despreocupado padre de las criaturas juguetonas. Yo soy así, me gusta hacer feliz a todo el mundo. Al llegar a mi tumbona, descubría mi exclusivo bikini de trescientos euros al tiempo que, siempre tras los cristales oscurísimos, miraba a mi alrededor esperando encontrar a mis vecinas de sombrilla con sus bocas abiertas ante semejante derroche de belleza.
Vuelta y vuelta al sol y lista para ir a tomar mi vermut al chiringuito. Después quizá una cerveza fresquita y preparada para agasajar a mi cuerpo con las delicias costeras.
Así era antes...más o menos.
Pero aquel día, al bajar al chiringuito se acercó el camarero a tomar nota. -"Buenos días, señora, una servesita fresca? que vaya la caló que está jasiendo". Al pedir un agua me mira con cara de circunstancia, pero creo que sigue empeñado en alimentarme como sea. "-Un agüita, mu bien. ¿Y para comer? Tenemos una dorada a la espalda que de tímida no tiene na, señora. Fresca, fresca. Pedimos una?". Amablemente rechazo la sugerencia: "-No puedo tomar la dorada, gracias, sufro de  intolerancia al pescado". "-Vaya por Dios, señora, que mala zuerte. Pues entonses le voy a poné unos shoquitos rebosaos que da gloria vel-los. No le digo cómo están los shoquitos, señora, eso hay que probal-lo". De nuevo le agradezco el ofrecimiento y le explico que tampoco puedo tomarlos por mi intolerancia a la harina de trigo. "-Shiquilla, y qué puede tomá entonse? Le traigo una sentollita que nos han traído esta mañana de Galisia?". No, eso tampoco puedo tomarlo, es por el riñón. -"¿Qué también tiene el riñón intolerante, señora?". No, lo tengo sano gracias a Dios, por eso no quiero dejárselo aquí cuando tenga que pagar. Al final me conformo tomando una tomate aliñado mientras una lágrima recorre mi mejilla al ver pasar una bandeja de sardinas asadas calentitas por delante de mi cara de intolerante.
Pues bien, se terminó el mundo del chiringuito para mí. El mundo chiringuitil está presidido por tres de mis grandes enemigos: pescado, harina y cerdo (y no me refiero al señor de delante que se saca medio filete de entre los dientes con un palillo). De ahora en adelante seré dominguera. Enterraré mi sanísima sandía en la arena, comeré en condiciones mis filetes empanados sin gluten, tomaré sin complejos mi café con leche de avena preparado en mi estupendo termo de los chinos... Pero todo con glamour, que con lo que cuestan los productos "SIN", no me da para cambiar el pareo este verano.

3 comentarios:

  1. Y en vez de una sandía, no pueden ser una pera y unos albaricoques? Es que me huelo a quien le va a tocar cargarla... Muy ocurrente el post ;)

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  2. Jajaja, genial, Bego

    Espero que coincidamos unos días por la playa para hacer todo eso que cuentas, y con las niñas jugando en la arenita...

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  3. Deseandito estoy, Jopa! Un besazo

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