Paseaba por entre los naranjos sintiéndose la Leonora de Blasco Ibañez. Corría un viento suave que permitía andar bajo el sol aún a las cinco de la tarde de un mes de mayo andaluz. Disfrutaba tocando las hojas de los árboles que encontraba a su paso, se sentía dichosa con el leve movimiento de su largo cabello cobrizo sobre la espalda y fue un poco más feliz al contemplar la bajada sinuosa del arroyo por entre las piedras que encontraba en el camino.
Hacía apenas un momento que acababa de terminar la lectura de su último libro y como embargada por el olor que la Naturaleza desprendía en él, salió a sentirse la protagonista de la novela en medio de aquellos azahares. Revivía en su cabeza los últimos párrafos y volvía a distinguir la misma sensación una y otra vez. Casi sentía pena por haberlo terminado.
Pasaron las horas sin darse cuenta, lo notó cuando el suave viento se transformó en un aire frío y el sol dio paso a las estrellas. La melancolía por haber finalizado el último libro dio paso a la impaciencia por empezar el siguiente. Seguía teniendo ganas de Naturaleza y eligió a Galdós para continuar soñando.
Cubrió sus hombros con la vieja manta del sofá, preparó un café caliente y se sirvió el último trozo de bizcocho de leche que quedó del desayuno y allí, sentada en el porche de la casa de sus abuelos, se dispuso a disfrutar de sus pasiones a solas. Respiró hondo... y comenzó.
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